
Las niñas, en sus éxtasis, visitaban a menudo el cementerio. Allí rezaban devotamente por los difuntos. En una ocasión, Conchita estiró el brazo a través de la reja de la puerta del cementerio con el crucifijo, parecía que lo estaba dando a besar. Este acontecimiento conmovió incluso a los más duros de corazón.